LOS OJOS DE MI AMIGO, por Ariel Corbat.




LOS OJOS DE MI AMIGO

A la distancia,
siempre a la distancia,
se pueden ver las cosas
sin pena ni jactancia.

Eran los ojos de mi, amigo
el espejo de los míos,
la sonrisa una mueca
y la risa un olvido.
No éramos así,
antes de la guerra
solíamos reír.
No hubo barcos ni aviones,
ni tanques ni trenes,
ni siquiera camiones,
que nos lleven al frente.
Sólo un mirar diferente,
igual que la farolera
desde la puerta de salida
andar por la vereda
era jugarse la vida,
sin saber cuáles eran,
así a simple vista,
las líneas enemigas.

Nunca fue la misma vida,
aunque lo parecía.
No era una extraña geografía
y aprendí a ver las cosas
como escenografías
donde las calles no eran
las de todos los días.

Así nos volvimos grises
del color del asfalto
hasta ser invisibles
buena tropa de asalto
silenciosos, letales,
pasos imperceptibles.

No éramos así,
antes de la guerra
solíamos reír.

Y pasó el tren de las seis,
que no era el de las seis,
pero pasó justo a las seis.
Un solo asiento vacío
que ocupó mi amigo
con el cansancio de volver,
y justo frente a él
en un suéter mullido
la chica de ojos verdes
tiritaba de frío.

Él se quedó mirando esos ojos.
Ella era dura, y patoteó un: "¿Qué miras?"
Él respondió: "En tus ojos el mar",
ella no pudo evitar el rubor.
Bastó una simple galantería
para tirarle abajo la estantería.
Me lo contó esa noche a las tres,
que ella bajó en la segunda estación
y que al caminar, sobre el fin del andén
le dejó una sonrisa al paso del tren.
Y me dijo:
"Quizás la vuelva a ver
si lo engancho otra vez
a ese tren de las seis
que no es de las seis".

La orden de entrar
fue después de las cinco
pateamos la puerta
y se empezó a disparar.
Fuego para acá,
fuego para allá.
Entre todas las balas,
en el patio del medio,
hay dos que no tiran,
dos que sólo se miran
y les pesan las armas
mudas, calladas.
No encontraron palabras,
ni el tiempo,
mientras la sangre brotaba
apenas esa mirada
aún cayendo de espaldas.

Cuando todo pasó,
cuando el silencio volvió,
eran justo las seis
y allá lejos pasaba
ese tren de las seis
que no era el de las seis
pero pasaba otra vez
justo a las seis.

Los dos cuerpos tendidos
un mismo charco de sangre
para dos enemigos
-y hasta para la muerte-
por un rato la guerra
no tuvo sentido,
con el mar llenando,
verde y extenso,
los ojos de mi amigo.

Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha.

Canción incluida en la novela:
NN Y LOS DEL FALCON VERDE


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